sábado, 26 de mayo de 2012

~Capítulo uno.

Diez de la mañana de un día de Abril.
Vosotros pensaréis que New York es lo mejor del mundo. Pero yo, sinceramente, me parece una ciudad como otra cualquiera. Mi barrio precisamente no es especial, normal, tirando a cutre, para que mentir. Miré por la ventana y el sol iluminó mi pelo azul.—Me llamo Angie Emily Clark y sí, tengo el pelo azul.—solté mientras me reía de mi misma. Maldigo aquel día que hice esa dichosa apuesta.
—¡Angie!—dejé de mirar por la ventana al oír un grito cuál decía mi nombre. Odiaba que mis padres me llamaran Angie, vale, no tenía nada de malo, pero me gustaba más Emily. 
—¡Qué!—me asomé a la puerta y grité intentando que me oyeran. Alcabo de unos minutos, volví a entrar a mi cuarto, viendo que no obtenía respuestas.—Pesados, no quieren nada y me llaman.— Me miré al espejo y alcancé una camiseta roja. Con esa camiseta tuve mi primer beso.—¡Qué recuerdos!—exclamé. Debería de dejar de hablar sola, pero, era inevitable.—¡Es tan divertido!—volví a exclamar entre las cuatros paredes donde dormía y solía llamar habitación. Me abroché cada uno de los botones rozando mi piel con las yemas, blanca como la nieve. La odiaba, ojalá este verano cogiera algo de color. 
Volví a mirar por la ventana y miré el reloj. Las diez y cuarto marcaba. Esa hora me recordaba a una cosa, que, por mucho que pensara no me salía.—¡Sam!—dije mientras calzaba como podía  unas de las botas que yacían por mi cuarto. Bajé las escaleras a la velocidad de la luz, me despedí de mis padres con una mirada.
—Ten cuidado, sabes que hay mucho.—la interrumpí mostrando cara de cansancio, siempre las mismas frases, los mismos consejos, ¿pensarán que nos olvidamos? La mayoría sí, pero tampoco iba a ser tan estúpida para acercarme a desconocidos.
—Vuelvo a la madrugada.—añadí. No esperaba que colase, y tendría que volver cuando el sol se escondiese, pero, mi intento fue victorioso y no me dijeron nada.
—Vale.—dijo mi padre antes de meterse un bollo en la boca. Di un portazo al salir y volví a mirar la hora. Las diez y veinte. Habíamos quedado a las diez en punto, pero en mi, era habitual llegar tarde. A los pocos minutos, me encontraba enfrente de la cafetería donde solíamos estar. Sam siempre sentado en la misma silla, coqueteando con la misma camarera. ¿Tanto le costaba fijarse en mi? ¿En su amiga desde la infancia? Era inevitable, al poco tiempo de conocerle me di cuenta de que aquel chico estaba hecho para mi. Bufé y abrí la puerta haciendo que sonara un sonido demasiado cursi.
—Hola, Sam.—dije mientras le agarraba del brazo. Forcé la vista y observé la chapa donde ponía el nombre de aquella camarera.—Gra, Grace.—añadí con cierta malicia. Alcancé el taburete de al lado y me arrimé a su lado.—Quiero un batido de fresas.—sacó un papel y empezó a puntar con cierto recelo cada una de mis palabras.—Frambuesa.—no tenía hambre, pero mi batido la tendría entretenida un buen rato.—Plátano.—no me sabía muchas frutas, no era una chica especialmente sana.—Pera.—odiaba la pera, el batido se caería accidentalmente al suelo. Sonreí sin ser consciente y Sam se rió al ver mi rostro.—Y creo que ya.—Asintió y emprendió el camino hasta la cocina, pero la grité.—¡Con mucho azúcar y un montón de sombreritos y pajitas, por favor!—se volvió y asintió. Normal, su trabajo en estos momentos sería soportarme.
—Siempre montas números Emily.—me miró, clavó esos ojos en los míos y me mordí el labio inferior. Llevaba una camisa marrón con unos vaqueros azules. Y no podía faltar su sombrero.
—Tú siempre estás coqueteando.—afirmé a su respuesta, haciendo que había ignorado aquella mirada que me había regalado.—Además, es su trabajo, si quiero ese batido, su deber es hacerlo.—me quedé mirando a la nada y observé los cuadros que decoraban el local. Recuerdo como conocí a Sam, también le llamaba Jeff, pero no le gustaba, así que se lo decía cuando estaba enfadada.
 Era un día de Febrero, aún las nubes cubrían el cielo y algún que otro copo de nieve adornaba las calles. Mi torpeza aumentaba por momentos, y el móvil lo absorbió la blanca nieve cuando cayó de mis manos. Sin darme cuenta dos personas estábamos agachadas buscándolo, yo, lo normal, era mi móvil. Y Sam, Sam Jeff  Hunter. Lo encontró antes que yo y me lo devolvió con una sonrisa. Sentí como una flecha atravesaba mi torso, hasta llegar al corazón. 
Miré a mis manos, cual sostenían un batido. Aquella chica, Grace, precisamente no estaba esperando a que le diera mi opinión, tenía sus ojos posados en Sam.—Gracias.—tenía un color ceniza, el marrón y el rojo predominaban en el vaso.—Puedes retirarte.—añadí achicando los ojos y sonriente, mostrándola hasta las muelas. Observé el vaso, desprendía un olor bastante repugnante. Lo peor era quién lo pagaría. No llevaba nada encima y tampoco tenía en casa. Todo me lo había gastado en un nueva aplicación para la cámara.
—¿No vas a probarlo?—preguntó mientras señalaba el batido. Intenté llevármelo a los labios, pero me entraban arcadas de solo mirarlo. Sam, seguramente se estaría riendo, normal, sabía que odiaba casi todas las frutas que había elegido.
—Claro.—removí el contenido con la pajita y tragué saliva. Parpadeé intentando no marearme, sería una exagerada, pero tenía revuelto el estómago. Me llevé el vaso a los labios y miré a Sam pidiéndole ayuda. Meneó varias veces la cabeza y sonrió. Al momento de sentir en las papilas gustativas ese sabor oí varias carcajadas de ambos. Dejé el vaso en la barra y solté cierto bufido que a varios clientes les llamó la atención. Especialmente uno, que había levantado la vista de su portátil. 
—Aquél chico te ha invitado a este,—cogió el que casi me bebía y dejó otro en la mesa. Volví a mirar a ese chaval tan curioso, y que en tan poco tiempo me había llamado tanto la atención.—Debes gustarle.—añadió soriente.—No te ha dejado de mirar desde que has entrado. Yo que tú, iba a agradecerle el batido.—Por un momento no me importó dejar solo a Sam, con esa pelandrusca. Y acercarme a  ese chico, que me había formado una sonrisa tonta en la cara.